LA MALDICIÓN DEL AMANECER

Historia inspirada en un hecho real

La gran mayoría le teme a la oscuridad y a todo lo que trae consigo la tan temida noche, a mí por el contrario me espanta mucho más el día y la libertad de ver, oler y escuchar todo lo que la nefasta luz trae consigo. Mi temor no es en vano, lo que me ocurrió, hace que mi miedo sea más que razonable.

Son pocos los que me conocen y por supuesto, durante el día salgo únicamente para urgencias, alimento y alguna visita necesaria a la botiqueria; la verdad es que disfruto más de la noche y mi instante favorito llega cuando se hace presente el conticinio, ese momento perfecto y sublime en el que todo se encuentra en silencio.

Hace poco pensé en mi madre y lejos de intentar olvidar su historia, solo pretendo adornarla para tal vez aminorar el caos y el horror del que fui testigo.

Y es que resulta difícil recordar lo que vivió y me hizo vivir, sin embargo he de confesar que pude disfrutar de ella antes de la maldición que la consumió, maldición de la que fue víctima y verdugo.

De día era una mujer hogareña y amorosa, de noche laboraba en un bar de mala reputación, lo descubrí porque un día la seguí cuestionándome sus salidas nocturnas y el hecho de que en cada amanecer un hombre diferente salía de mi hogar.

Así transcurrieron mis primeros 11 años de vida, simulando desconocimiento de su “ardua labor”. Hasta que un buen día al amanecer mi descanso fue interrumpido por gritos desgarradores, coros de llantos que me pusieron los pelos de punta, de inmediato llamé a mi madre, pero no había respuesta alguna.

Aún con mi camisón azul celeste, salí de la cama con el pánico azotándome. Los pedazos de cristales en el piso me hicieron levantar la mirada hacia la ventana que evidentemente había sido destruida, pero lo que logré atisbar a los lejos me erizó cada poro de mi piel.

Un tropel de personas marchando a plena luz del día como cadáveres ambulantes, incluso pude ver a un hombre sostener pedazos de su piel entre sus manos, las mandíbulas caían, el escenario era horroroso y nauseabundo.

Mientras bañaba en vómito el viejo tapete, pude ver los pies descalzos de mi madre, las uñas de sus pies habían desaparecido y en su lugar había un fluido blanquecino y sangre coagulada, las venas en sus piernas parecían a punto de explotar y simulaban grandes larvas de color púrpura, cuando pude alzar mi vista hacía su rostro, solo vi heridas abiertas en lo que alguna vez fue una piel de porcelana, ella solo dijo: —¡Corre!

Fue la última vez que la vi, corrí y me escondí bajo mi cama durante tanto tiempo que mi camisón tenía un olor pestilente  a consecuencia del orina y de las heces.

No me atreví a salir hasta que la tan esperada noche llegó y con ella los vehículos que fueron recogiendo uno a uno los cadáveres que produjo el intenso brote de sífilis.

FIN

Relato inspirado en un hecho de la vida real, escrito por Roxanna Yépez «La dama del terror«.

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